sábado, 16 de enero de 2010

Un día común, poco común

Hace unos días iba yo caminado por la avenida central, buscando el bus para regresar a mi casa. Normalmente para eso hubiera caminado hasta el final de la avenida central y tomado un bus de San Pedro pero ese día recordé que a la vuelta de la esquina estaba la parada de los buses de Sabanilla. Y pensé que por que no, para variar irme por esa ruta.

En seguida me coloqué al final de la fila, y esperé mientras que esta crecía, a que llegará mi transporte. Era una tarde agradable y hacía buen clima, además venía de comprarme un regalito por lo que estaba de bastante buen humor; pensaba en la gente que caminaba con apuro, tanta gente y tantos lugares donde posiblemente podrían ir y además tantas causas por las que querrían ir a ese lugar.

En poco tiempo llegó el bus y mientras la gente de la fila iba entrando, yo sacaba de la billetera las dos monedas de cien que necesitaba para pagar. Cuando entré le pagué al busero, me vio con cara rara y me dijo algo todavía más raro pero como no le entendí sólo le agradecí y me puse a buscar algún asiento disponible. Rápido encontré uno junto a la ventana que se veía bien. Y me puse a observar de nuevo la gente que iba y venía caminando por la calle... tanta tanta gente.
Pero en eso, en medio de mi meditación, siento como que algo me toca suavemente el codo. En eso vuelvo a ver y descubro que una chica se había sentado a mi lado. En ese momento le eché un ojo y seguí en lo que estaba. Pero pronto me tuve que detener. Algo me llamaba la atención de ella; tenía un aroma muy diferente que me invitaba a acercármele. Si ese olor hubiera tenido cara, hubiera tenido una sonrisa dulce y cálida. Me volví una vez más a mirar a la chica, pero esta vez la vi mejor, sólo que me costó, porque en los buses uno está tan cerca de su vecino, que se vuelve un poco incomodo ver al otro. Sin embargo no fue para nada incómodo.

Las dos miradas calzaron como piezas de lego, había algo que se había conectado que había hecho surgir un muy agradable placer entre esta persona extraña y yo. Poco a poco ella fue acercándose a mí y yo a ella al mismo tiempo. Las palabras no fueron necesarias, las sensaciones era lo único existente en ese momento. Una felicidad muy extraña me dominó en ese momento tan particular. Simplemente no había nada que pensar sólo sentir.

Pero no podía ser así por siempre. Comencé a debatir conmigo mismo si debía pedir la parada en el lugar donde me lo había propuesto, en el lugar donde sólo la diferencia de nuestros caminos nos separara. Al final una mezcla de mi terrible inseguridad y razón me hizo pensar que que clase de loco sería yo bajándome en un lugar extraño sólo para seguir una persona extraña con quien quizás nunca hablaría. Justo en ese momento me di cuenta que estaba por llegar a mi destino. Miré hacia arriba, jale del cordón y le dije a esa persona con quien había pasado un momento tan agradable, que me diera permiso. Nos volvimos a ver y compartimos una sonrisa.

El bus se detuvo en la parada de derecho. Le agradecí al chofer y bajé hacia la calle. Busqué su cara a través de la ventanilla del bus y le mandé una ultima sonrisa que nunca sabré en realidad si llegó a recibirla. Volví a ver el cielo, al piso y al frente, una ultima sonrisa y empecé a caminar hacia mi casa.

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