jueves, 16 de julio de 2015

Por una pata quebrada

Hola, vieras que estuve reflexionando y meditando un poco después de quebrarme el pie. Quiero contarte porque siento que más que perjudicarme, la experiencia me ayudó a darme cuenta de la manera en que yo estaba manejando mis situaciones difíciles y siento que vos podrías entenderme de alguna forma. 

Creo que de alguna forma me había acostumbrado a contar siempre con alguien en los momentos más angustiantes; siempre sentí, tal vez inconscientemente, que cuando ya estuviera cerca de caerme, alguien más iba a estar para mí. Casi que una prioridad en mis amigos era la confianza que podía tener en ellos porque sabía que mis palabras iban a ser escuchadas y que a cambio iba recibir consuelo y soporte. 

Poco antes del incidente que me dejó sin caminar un mes, no sentí -en el sentido que expliqué antes- que tuviera realmente a nadie. De alguna manera empeoró todo porque me sentí abrumado con todos mis problemas y angustias en soledad. A eso se le sumó el enojo que trae la tristeza; el reclamo que dirige uno al mundo por darle a uno la espalda, que es estruendoso pero al mismo frustrante porque no hay a quien dirigirlo. Apunté con un dedo índice mental y resentido a todos quienes yo sentí que no estuvieron para mí, probablemente a quienes más me quieren en esta vida. Eso creció hasta que un día lo tuve que sacar. Esa parte no la voy a describir. 

Ya en mi cama mirando la venda que cubría el pie me di cuenta de muchas cosas: comprendí que la soledad en la que tanto me sentí no era más que una ilusión creada por mi poca capacidad de enfrentarme a mí mismo. Entendí que aunque todos mis amigos hubieran estado ahí para mí, a quien yo más necesité y quien estuvo más ausente fui yo mismo; yo debí haber sido mi soporte, entenderme, quererme y consolarme. Llevarme a hacer todo eso que me hace feliz, a mostrarme que la vida es más que ese montón de problemas. Yo debí haber sido quien, cuando estuve a punto de caer, tenía que darme una mano. Aprendí que con quien más he tenido problemas en estos tiempos ha sido conmigo mismo. Yo he sido el partícipe de mis actos pero al mismo tiempo me abandoné cuando tuve que enfrentar lo que esos actos me hicieron sentir. Y no es que me esté echando una carga de culpa por mis problemas, es sólo que no había entendido la ayuda que yo mismo me tenía que dar.

Ya no estoy resentido con nadie, no estoy enojado y no me siento solo. Estos días he pasado muy buenos momentos con mis amigos incluso de una manera mejor y diferente porque ya no los juzgo, no los necesito-en el mal sentido de la palabra-. En cambio disfruto y aprecio su compañía valiosa y única. Entiendo su aporte en forma de la felicidad que se crea cuando se comparte y los quiero probablemente todavía más que antes. 

Esta es, por su puesto, mi manera de ver la vida. No pretendo que ni vos ni nadie piense como yo si no le parece. Puede que incluso cambie de nuevo con el tiempo, eso nunca se sabe. 

Te mando un abrazo y te quiero mucho.